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Como siempre, la señorita Susan Blam ha sido eficaz en su función. No hace más de cinco minutos que ha sonado el timbre del teléfono en el salón de la casa del inspector, avisándole: se requiere su presencia en la Comisaría, y -ha añadido- el Comisario Jefe no está para bromas.

 

- Así que más vale que te des prisa, jefe -ha dicho, a modo de despedida. 

 

Hace calor, así que decide cambiarse y ponerse una camisa de manga corta y encima su chaqueta de verano, casi gris o medio oscura -desde que se separó de Rosalia, su ex mujer, las cosas en casa ya no son como antes, ni siquiera los colores de la ropa.  Cierra de un portazo y coge el autobús de la parada 47, justo enfrente de su casa.

 

Entra en la oficina mascullando algo parecido a un saludo, que apenas es correspondido por los que, a estas horas de una calurosa tarde de mayo, aún resisten bajo el aire acondicionado; todos están acostumbrados al carácter ya legendario  y hosco del inspector Ducaci, poco amigo de compañías y de pérdidas de tiempo.

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